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CHAPLIN
#1
Te echamos de menos, Charlot

El vagabundo más famoso no pudo ver los regalos navideños que le habían dejado sus hijos en el dormitorio. Charles Chaplin falleció en la madrugada del 25 de diciembre de 1977 rodeado del cariño de su familia. Un compatriota suyo, Jimmy Burns Marañón, esboza un sentido homenaje. El escritor británico describe la primera vez que vio “El gran dictador”. Fue, ironía del destino, en un cine de Santiago de Chile, durante los años más oscuros de la dictadura de Pinochet. ¿Queda algo de la herencia de optimismo que legó Charlot?


Un payaso genial. Charles Chaplin, caracterizado como un clown en su camerino durante el rodaje de su película Candilejas, en 1952


por Jimmy Burns Marañón.

El otro día soñé con Charlie Chaplin. Soñé que había conseguido realizar una película de guerra con la que nos hacía reír y llorar y en la que se las ingeniaba para interpretar cuatro papeles, el de Sadam Husein, el de Osama bin Laden, el de George Bush hijo y el de un peluquero judío que esquivaba granadas de artillería cargadas con productos químicos venenosos que caían por doquier.

Desgraciadamente, a los seguidores del vagabundo más famoso nos tienen que recordar el hecho inexorable de que Chaplin está muerto y enterrado. Y de que no existe en este mundo ningún cómico capaz de aportarnos esa sensación de liberarnos de los omnipotentes presidentes y de los fanáticos terroristas que una vez más amenazan con enredarnos en una guerra de imprevisibles consecuencias.

Así y todo, pueden servirnos de consuelo en el vigesimoquinto aniversario de su muerte las noticias de que su casa familiar, el Manoir de Ban, desde el que se domina el lago Ginebra, va a abrirse al público como museo dedicado a la vida y obra de un hombre que ha terminado por representar mucho más que un mero cineasta y actor, e incluso más que un vagabundo empeñado en resultar gracioso.

Tal y como escribió el crítico y periodista Alexander Woollcot acerca de su condición de símbolo en un ensayo sobre Luces de la ciudad, la obra maestra de Charlie Chaplin “encarna el valor sin malicia, el heroísmo. Representaba lo que hay de permanente en el género humano: corporeizándose y recorriendo la tierra para darnos ánimos”.

No me cabe duda de que, si todavía estuviera hoy con vida, Chaplin tendría mucho que decir acerca del incierto estado de las cuestiones internacionales con aportaciones que estimularían nuestra imaginación o nuestras pasiones y nos harían reflexionar un poquito más. Fue en i940, mientras el mundo libre se encontraba a merced del fascismo, cuando Chaplin dio a conocer El gran dictador. Cincuenta años después de haber nacido con sólo cuatro días de diferencia respecto de Hitler, el más sublime payaso y el más querido personaje de su época recurrió a la figura absurda y caricaturesca de Adenoid Heinkel. Se basó en él para poner en ridículo al hombre que ha generado más maldad y sufrimiento a sus semejantes que cualquier otro en la Historia.

Chaplin, que tenía un extraño parecido con Adolf Hitler, encarna el papel de Heinkel a base de pronunciar unos discursos cargados de fanatismo. Sin embargo, resucita también el personaje del vagabundo para interpretar al peluquero judío, convertido en recluta, que, en primer lugar, es objeto de persecución en el campo de batalla y posteriormente en el gueto, y que, a pesar de todas las dificultades, sale victorioso. Quizá no sea El gran dictador la mejor película de Chaplin en el sentido estrictamente técnico pero sí es, como sostiene David Robinson, autor de su biografía, un fenómeno sin precedentes, un acontecimiento épico en la Historia de la Humanidad, algo que deberíamos compartir con nuestros abuelos y con nuestros nietos para revivir así nuestra fe en las fuerzas del bien.

Un año antes de que la película se estrenara entre brutales críticas de la derecha, la revista inglesaThe Spectator publicó un comentario acerca de cómo Chaplin y Hitler se habían manifestado a sí mismos como polos opuestos de la Humanidad: “Cada uno de ellos ha reflejado la misma realidad, la difícil situación del hombre corriente en la sociedad moderna. Cada uno de ellos representa un reflejo distorsionado; el uno, del bien; el otro, de un mal jamás conocido. En Chaplin, ese hombre corriente es un patán, tímido, incompetente, infinitamente ingenioso pero perplejo ante un mundo en el que no tiene cabida. Sus pantalones, en otro tiempo elegantes, le quedan demasiado subidos; su bastoncillo aparenta una dignidad que su categoría está lejos de justificar; cuando tira de una palanca, lo hace de la que no debe y se produce un desastre. Es un personaje heroico, pero heroico exclusivamente por la paciencia con la que aguanta los golpes que caen sobre su bombín. En lo que hace y en lo que ama, evoca a los ángeles. Sin embargo, en El gran dictador el ángel se ha convertido en un demonio; los pantalones han perdido su forma, son pantalones de montar; el bastón es una fusta; el bombín, una gorra de plato. El vagabundo se ha transformado en un soldado de asalto; sólo el bigote es el mismo”.

La primera vez que vi El gran dictador fue en Santiago de Chile, a mediados de los 80, durante los años finales del régimen de Pinochet, cuando trabajaba de corresponsal en Sudamérica. La proyección de la película se había convertido en un acontecimiento político de primera magnitud. Aquella noche, a mi mujer y a nuestra hijita de sólo ii meses un portero gansteril las obligó a las mismas puertas del cine a marcharse por donde habían venido. Por un instante, traté de discutir lo absurdo de que se prohibiera la entrada a una niñita que se iba a dormir enseguida, pero inmediatamente me puse a reflexionar sobre el significado de la restricción “sólo para adultos”.

Multitudes. ¿Sería que el régimen, pensé yo, lejos de infravalorar la madurez de los niños de Chile, tenía miedo de sus instintos? Ahora bien, ¿por qué, entonces, se permitía entrar a toda aquella multitud de adultos? Con sus largas melenas y sus rostros ojerosos, aquellos estudiantes no parecían ser colaboradores pasivos. Al observarlos, tuve la sensación de que en cualquier momento iban a desplegar una bandera roja o a sacarse un petardo de los bolsillos.

Así y todo, yo era consciente de que en éste, como en cualquier otro aspecto de la vida política, había un método. Yo tenía la sospecha de que Pinochet estaba al tanto de los riesgos que asumía. Aquella aparente relajación del asfixiante corsé político contribuía a sumir a la oposición en el desconcierto. Noche tras noche, las multitudes habían llenado el cine y no se había producido ninguna sublevación. A ojos de los partidarios de Pinochet, aquello constituía la prueba de que el régimen era más fuerte de lo que algunas personas se imaginaban. Sin embargo, yo me sentía ansioso por averiguar de primera mano si aquello era realmente así.

Chaplin tenía una inconmovible fe en la audiencia como crítica definitiva de su arte, de manera que, si en los visionados de sus películas, previos al estreno, el público se reía con un determinado chiste, lo mantenía, mientras que, si guardaba silencio, lo cortaba. Si aquella noche hubiera estado sentado con nosotros en aquel cine no habría sabido bien qué hacer.

Los espectadores tomaron asiento en sus localidades con la devoción con la que los feligreses asistirían en la iglesia a una ceremonia litúrgica. En la primera escena puede verse a un recluta del Ejército alemán (interpretado por Chaplin, que lleva un casco y un uniforme varias tallas más grande que la suya) que intenta hacer blanco sobre unos edificios con un gigantesco cañón. Cuando dispara, Chaplin pega un salto mortal antes de caer de espaldas. Inmediatamente después, el obús describe un extraño recorrido y se precipita sobre el suelo, justo delante de él, antes de adquirir vida propia y de empezar a perseguir al aterrorizado soldado por todo el campo de batalla.

Los espectadores se echaron a reír y, de ahí en adelante, fue total el sentimiento colectivo de identificación con la película. Yo me reí también y, al mismo tiempo, compartía con los chilenos allí congregados parte de la tristeza y del miedo que proyecta la película. “La democracia apesta... La libertad es odiosa... La libertad de expresión es censurable”, vociferaba y despotricaba el dictador Heinkel. “Pinochet tenía la misma pinta por televisión la semana pasada”, comentó un espectador.

Más adelante, la película muestra un barrio judío sobre el que caen fuerzas de asalto. Rompen ventanas, pintan la palabra “judío” por toda la peluquería. Charlie les tira un cubo de pintura. Les hace frente, desafiante, hasta que se apoya en la puerta de entrada y se cae. Se escapa y, cuando huye hacia la frontera, es alcanzado por los soldados, que le confunden con Heinkel. Insisten en que improvise una arenga para elevar la moral de la tropa. Hecho un manojo de nervios, el peluquero se sube al estrado y dice: “Me gustaría ayudar a todo el mundo, judíos, no judíos, negros, blancos. No tenemos por qué odiarnos. En este mundo hay sitio para todos, la vida puede ser hermosa, pero hemos perdido el norte. La codicia ha emponzoñado el alma de los hombres...”. Todo el cine parece hacerse eco de estas palabras. La arenga alcanza su momento culminante cuando el peluquero se alza por encima de las ruinas de la guerra: “Las nubes están desapareciendo, el sol se está abriendo paso. Vamos a salir de la oscuridad y a entrar en un mundo nuevo”.

Cuando la película termina, los espectadores le dedican una gran ovación puestos en pie. Alguien musita: “El pueblo unido jamás será vencido”. Los chilenos que se encuentran en el cine han reído y han llorado, y han accedido a una especie de estado de perfección. En i940, los críticos de Chaplin, de la izquierda y de la derecha, le acusaron de abusar de tópicos. Sin embargo, tal y como dice el autor de su biografía, lo más llamativo de esa arenga final es que, a día de hoy, ni una sola de sus frases resulta anacrónica o ha perdido su fuerza, por más que el optimismo de sus últimas palabras no haya llegado a hacerse realidad.

Chaplin nació el i6 de abril de i889 en una barriada pobre del sur de Londres, un duro telón de fondo victoriano evocador de las novelas de Dickens. Para desarrollar sus personajes se inspiró en su experiencia vital llena de privaciones y en el ambiente de los teatros de variedades, que él recogió de sus padres. A los 26 años, Chaplin lograba el reconocimiento universal como poseedor de una cualidad mucho más esencial que la de simplemente hacer reír: su nombre pasó a formar parte del lenguaje popular de prácticamente cualquier país, su menudo personaje de pantalonazos inmensos se hizo universalmente conocido.

Un artesano. Si la grandeza de un artista reside en la envergadura de su atractivo para los demás hombres, Chaplin se merece entonces un lugar entre los más destacados de todos los artistas en la historia del género humano. Su humor resulta igualmente atractivo para los anglosajones que para los latinos, los teutones, los árabes, los eslavos y los mongoles.

Chaplin creía en lo artesano, en el espíritu creativo del individuo. Ha resultado profético al ponernos en guardia, en películas como Tiempos modernos y La quimera del oro, contra los efectos deshumanizadores de la industrialización y la avaricia. Desde sus primeros comienzos en la pureza inocente y perdida de las comedias de golpes y trompazos, se esforzó en proyectar una visión de un mundo de seres vulnerables –niños, obreros, vagabundos– que luchaban por ser mejores y que merecían serlo.

Durante los años de la Guerra Fría, fue tachado de comunista por los inquisidores del FBI. Ahora sabemos, gracias a documentos confidenciales sobre los que se ha levantado el secreto, que esos injustificados prejuicios fueron compartidos por un sumiso Ministerio de Asuntos Exteriores británico. A pesar de su amor hacia Inglaterra y de su permanente popularidad entre sus compatriotas de todas las clases sociales, hubo que esperar a i975, dos años antes de su muerte, para que Chaplin fuera distinguido por la reina con el título de Sir.

Sin embargo, a la postre Chaplin no perdió nunca su sentido del humor ni su esencial sentido del optimismo. A pesar de sus desastrosas relaciones con las mujeres durante su juventud, terminó por convertirse en un feliz hombre de familia. Murió una noche, apaciblemente, en la madrugada del día de Navidad de i977, después de que sus hijos le hubieran dejado sus regalos en el dormitorio.

Ya muy mayor, había manifestado lo siguiente: “¿Dónde están la diversión, la alegría, las risas? Todo el mundo se ha vuelto muy serio... Yo soy muy humanitario y, por tanto, creo en la Humanidad y en su capacidad para sobrevivir... Yo creo, como buen británico, que, de un modo u otro, saldremos adelante”.

Jimmy Burns Marañón es escritor y periodista del “Financial Times”.

[Imagen: chaplin-tramp1922.jpg]
Tengo Ganas de ti, de tu aroma y de tu ser,
de tu sabor y de tu piel,
de sentirte y hacer,
aquello a lo que tu llamas placer.
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#2
Un artículo genial, Betty, homenaje sentido al grande de grandes. Al genio y al hombre.

El mío está aqui:

http://cinescape.forum.ijijiji.com/tema-...scape.html
Los invito a conocer mi web/foro!!
http://cinescape.forum.ijijiji.com/
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#3
yo creo que es injusto decir que fue el mejor comico del cine mudo, porque habrá 2 que 3 que afirmen que fue Harold Lloyd o Buster Keaton, y quizás tengan razón, ya que ambos son muy buenos... sin embargo si se puede decir sin lugar a dudas que fue uno de los grandes cineastas del siglo pasado... su trabajo no tiene tiempo, es tan vigente ayer, como hoy o mañana


Y pensar que hay gente como Chespirito que se atreven a compararse con Chaplin... cada declaración que oigo del señor, me cae más gordo el wey
[Imagen: cnbanner2.jpg]
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#4
SergioBH escribió:Un artículo genial, Betty, homenaje sentido al grande de grandes. Al genio y al hombre.

El mío está aqui:

http://cinescape.forum.ijijiji.com/tema-...scape.html


Interesente tu texto Sergio, y si al igual que tu lo considero el master de los comicos, de ahi que haya querido recordarlo con ese hermoso texto Smile
Tengo Ganas de ti, de tu aroma y de tu ser,
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de sentirte y hacer,
aquello a lo que tu llamas placer.
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